Conforme las ciudades utilizan más agua para
su población en acelerado crecimiento, la agricultura debe mejorar
considerablemente la eficacia y productividad del uso que hace del agua.
La productividad de las tierras de regadío es
aproximadamente tres veces superior a la de las de secano. Más allá de este
dato global, existen muchas razones para destacar la función del control de los
recursos hídricos en la agricultura. La inversión en la mejora de los regadíos
supone una garantía frente a las variaciones pluviométricas y estabiliza la
producción agrícola, impulsando la productividad de los cultivos y permitiendo
que los agricultores diversifiquen su actividad. Ello tiene un reflejo en un
incremento y una menor volatilidad de los ingresos agrícolas.
A su vez, un sistema de producción predecible
y estable tiene un efecto positivo en los proveedores de servicios para el
sector, incrementando el efecto multiplicador no agrícola de la inversión.
Además, la inversión en el fomento de aguas revaloriza la tierra. Las obras en
pequeña escala para el acopio de aguas, el riego y el drenaje realizadas con
mano de obra local son viables económicamente y, una vez que se ha instalado la
infraestructura básica con financiación pública, también se hace viable una
mayor inversión privada. Entre los efectos indirectos adicionales del fomento de
aguas se encuentran la mejora de la nutrición a lo largo del año, un mercado
laboral rural más activo, una menor emigración y una menor presión agrícola
sobre las tierras marginales.
Perspectivas regionales. La temática y los retos relacionados con el control del agua en la
agricultura varían de una región a otra conforme a las condiciones
socioeconómicas y agroclimáticas. A continuación se examinan tres regiones del
mundo donde el control de las aguas agrícolas ha sido esencial y se estudian
brevemente sus perspectivas.
Cuestiones estratégicas: Competencia por el agua. En ausencia de demandas importantes de agua procedentes de otros
sectores y con una comprensión escasa de los impactos ambientales, la
agricultura de regadío ha podido captar grandes cantidades de aguas dulces. Hoy
en día, la agricultura supone un 69 por ciento del agua total extraída en el
mundo y este porcentaje supera el 90 por ciento en algunos países áridos. Como
tal, la agricultura ha actuado como usuario residual de agua dulce. La situación
está cambiando a medida que la población aumenta y cada vez más países se
enfrentan a desabastecimientos de agua. Para el año 2030, más de un 60 por
ciento de la población vivirá en zonas urbanas que demandarán una proporción
creciente del agua extraída.
La disponibilidad de suficientes cantidades de agua de buena
calidad es fundamental para todos los procesos biológicos, para el
mantenimiento de la biodiversidad y de los ecosistemas, para la salud humana y
para las funciones primarias y secundarias de la producción. Los ecosistemas
naturales y la agricultura son, con mucho, los mayores consumidores del agua
dulce de la Tierra. Las apropiaciones de agua procedente de los ecosistemas se
han intensificado con el crecimiento de la población humana, la expansión de la
agricultura y la creciente presión para transferir el agua desde las zonas
rurales a las urbanas, hasta un punto en el que se considera a menudo que la
agricultura pone en peligro la sostenibilidad del ecosistema. Pero también es
igualmente importante destacar el hecho de que estos ecosistemas así amenazados
no pueden seguir proporcionando sus servicios de purificación y regulación del
agua para sostener la producción y los medios de vida agrícolas.
De todos los sectores usuarios
de agua dulce, la agricultura pone de manifiesto, en la mayoría de casos, el
menor aprovechamiento del agua en términos económicos. A medida que aumenta la
presión sobre los recursos hídricos, se incrementa la competencia entre una
agricultura que lucha por mantener sus cuotas de agua y las ciudades que
necesitan satisfacer las necesidades de sus poblaciones en rápido crecimiento.
La presión sobre el agua y la necesidad acuciante de renegociar las cuotas
intersectoriales suelen constituir factores que fuerzan cambios en la forma de
ordenar los recursos hídricos en la agricultura. Una calidad del agua en
disminución agrava la presión sobre el suministro. En los países en desarrollo,
el agua desviada hacia las ciudades se libera a menudo después de un uso sin un
tratamiento adecuado. En las zonas áridas, el propio caudal de retorno
procedente de la agricultura y las múltiples reutilizaciones del agua conducen
a un rápido deterioro de la calidad. En muchas islas y zonas costeras, el
desarrollo del turismo supone un peso adicional para los escasos recursos
hídricos, pero también trae nuevas oportunidades de mercado para una
producción diversificada y de alto valor que incluye las hortalizas y frutas
frescas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario